LOS LEMMINGS
Por Nelson Manrrique
Los lemmings son pequeños roedores programados genéticamente para marchar en una sola dirección, que terminan suicidándose en masa, así que su inexorable ruta termina en el océano. Son, al mismo tiempo, una buena metáfora de la izquierda peruana.
Desde que en las elecciones para la Constituyente de 1978 los representantes de izquierda entraron en el mapa político electoral, con un 36% de la votación general, la realidad ha mostrado una y otra vez que cuando la izquierda logra unificarse obtiene un significativo respaldo popular mientras que cuando va dividida invariablemente enfrenta un desastre.
Durante un tiempo pesaron en la vocación por el fraccionamiento los alineamientos ideológicos con los “faros” internacionales –los “moscovitas” con la URSS, los “pequineses” con la China, los trotskistas con alguna de las Internacionales de esa filiación–.
Sucedió en 1980, cuando la Alianza Revolucionaria de Izquierda-ARI, que llevaba como candidatos a la presidencia y la vicepresidencia a Hugo Blanco y a Alfonso Barrantes, fue despedazada a 24 horas del cierre de inscripciones por los trotskistas y los pequineses. El resultado fue una catástrofe electoral que obligó a rectificar rumbos. De esa experiencia surgió Izquierda Unida, la izquierda legal más poderosa del continente, que en 1983 logró llevar a Alfonso Barrantes a la alcaldía de Lima, en lo que constituyó su mejor momento, y que con el mismo candidato alcanzó el segundo puesto en las elecciones presidenciales de 1985.
Durante los años siguientes, en medio de la gran crisis del primer gobierno aprista y de la ofensiva senderista, crecieron las fuerzas centrífugas. La izquierda, nuevamente dividida, fue derrotada sin atenuantes en las elecciones de 1990. Todos los intentos que se sucedieron después por reconstituir la unidad fracasaron, al mismo tiempo que los liderazgos iban envejeciendo sin encarar seriamente un intento de renovación generacional. El resultado ha sido una izquierda incapaz de renovarse y cada vez más aislada. Como profesor universitario compruebo cada semestre que la brecha entre la izquierda y la juventud se profundiza más y más. Por otra parte, la derecha ha tenido un gran éxito en vender a los jóvenes la idea de que izquierda es sinónimo de terrorismo.
Luego de la caída del muro de Berlín, los diferencias ideológicas que justificaban las divisiones fueron perdiendo progresivamente peso, de allí que en el año 2006 pudiera presentarse una alianza electoral –antes impensable–- entre el PC Unidad y Patria Roja (moscovitas y pequineses, respectivamente, para usar la vieja nomenclatura), que, a pesar de tener detrás a dos de las organizaciones sindicales más poderosas del país (la CGTP y el SUTEP), alcanzó apenas un 0.2% de los votos. No fueron los únicos a los que les fue mal: la lista de izquierda que pudo alardear de haber alcanzado la mayor votación llegó al 0.6%.
No parece que esto haya dejado alguna lección, como lo muestra la renuncia de una treintena de militantes del Partido Socialista, integrantes varios de ellos de su dirección nacional. Los renunciantes aluden esencialmente a la necesidad de una renovación, lo que está muy bien, pero no señalan ninguna discrepancia concreta con aquellos con quienes rompen que haría imposible marchar juntos. Aunque proclaman que van a convertirse en “un espacio de coordinación política transitoria” su acercamiento a la organización del padre Marcos Arana alimenta un clima que no favorece ni a Tierra y Libertad, ni al PS, ni a ellos mismos. Se trata de una de esas divisiones en la que todo el mundo pierde.
Aparentemente los líderes siguen apostando a su capacidad personal de arrastre; siempre existirá el análisis oportuno que alimente sus ilusiones. Una lástima por quienes apoyamos a la izquierda, como un proyecto de cambio, que sólo será viable si existe la entereza para salir de las capillas, pensando en todo lo que la realidad de hoy exige de trabajo en común, en lugar de poner por delante nuestras pequeñas diferencias.
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